Hace casi 4 años que
convivo con una gata que resultó ser portadora de VIF. Una decisión de la que
me alegro enormemente. No es la primera. Antes conviví con Serena, adoptada del
albergue de Oviedo a través de Adoptastur en el 2006 y que falleció unos tres
años después.
Convivir con ellas no me ha
supuesto más preocupaciones o conflictos que convivir con cualquiera de los
otros gatos que han pasado por mi vida.
Es cierto que a Serena su
paso por el albergue de Oviedo le dejó huellas y tenía problemas de encías que
le dificultaban comer esporádicamente durante un par de días. Pasábamos a
comida húmeda que no hubiese que masticar y listo. Kitty por el contrario,
salvo un pequeño problema de cristales en la orina, es totalmente
asintomática.
No tomo precauciones
especiales. Le doy, eso sí, un pienso de
alta gama. La desparasito regularmente. De acuerdo con mi veterinario y dado
que vive en un ambiente controlado (vivimos en un piso y Kitty no sale al
exterior) hemos decidido no ponerle vacunas de refuerzo para no estresar el
sistema inmunitario innecesariamente. Y, obviamente, en cuanto veo algún
síntoma que me preocupe acudo al veterinario. Es decir no hago nada que alguien
que tenga gatos no haga.
César Rodríguez