En primer lugar, armarte de paciencia.
Tienes que saber qué es lo que quieres obtener y lo que puedes ofrecer.
Analiza tu vida: el tiempo disponible para
el perro, tu nivel de ejercicio físico (y si es compatible con un perro),
espacio en casa y dinero (aunque estos dos últimos no varían mucho de un perro
a otro, al menos en principio).
Si dedicas varias horas al día a hacer
ejercicio, y es de un tipo que puedes compartir con tu perro, entonces te irá
bien un perro muy activo: saldréis juntos a caminar, correr, etc. Si tu idea de
ejercicio se acerca más bien al sillon-ball, un perro tranquilo, que no
necesite más allá de una o dos horas de paseo al día, puede ser ideal para ti,
y de paso, te motivará a despegarte del sofá de vez en cuando… los cachorros
requieren más atención y dedicación, y te darán mucha más vidilla (o sea,
tendrás el alma en vilo con más frecuencia; el alma… y la fregona); un perro de
más edad se adaptará a tu ritmo de vida tranquilo sin problemas.
Si no tienes muy claro qué tipo de perro se
adapta mejor a tu vida, pregunta a la protectora de animales más cercana; si
hay un albergue o refugio, acércate, explícales lo que buscas y cómo vives,
conoce a los perros acogidos. Quizás el tuyo esté allí esperándote.
Convivo con un perro adoptado. Fue un amor
a primera vista, o más bien, a primera foto: le vi y me enamoré. Ésta es la foto:
Cuando llegó tenía algo más de un año, y para
ser un perro de perrera (no de protectora, aunque a mi vida llegó gracias a
una), no tenía problemas demasiado serios. Nervioso, patas de alambre, complejo
de perro de trineo, ansioso aspirador de comida, y un terror esencial ante
cualquier cosa que pudiera implicar un retroceso en su vida: una casa de campo con
varios perros (¡horror! Una perrera… ¿me vas a dejar aquí?), una peluquería
(aquí hay perros… ¿te vas? ¿cómo que te vas? ¡vuelveee! …).
YA EN CASA |
Casi dos años más tarde, Troy salta, corre
y da botes; bueno, vale, no salta gran cosa y corriendo parece más bien un
cruce entre cabra y pelota saltarina, pero su cara de felicidad lo compensa con
creces. Ya no tiene problemas de ansiedad respecto a la comida, y casi todas
las noches queda pienso en su cuenco (salvo que vengan visitas caninas que le
puedan disputar su pienso, en cuyo caso evita el peligro por la vía de zampárselo
a toda prisa).
Los primeros tiempos fueron complicados, entre su manía de llevarme a rastras en los paseos, la inseguridad, y la masacre de ropa interior (a su modo de ver, los aros de los sujetadores son juguetes masticables, aunque el verdadero amor de su vida son los calcetines). Con tiempo y paciencia los dos hemos ido aprendiendo; seguimos en ello, día a día.
Es un perro muy tranquilo, sosegado, que
pasea con aire pizpireto moviendo el rabo, atento a los olores, y con la correa
floja. Saluda a los vecinos, elige la ruta que más le apetece, y se comporta
con toda educación. Eso sí, se las ingenia para ocupar toda la cama… la
perfección no existe :Þ
La próxima semana hablaremos de cómo
materializar la adopción: trámites, costes, etc.
Lelia